5 de febrero de 2009

Desde el Tamarit: Federico García Lorca

GACELA DEL AMOR IMPREVISTO

Nadie comprendía el perfume
de la oscura magnolia de tu vientre.
Nadie sabía que martirizabas
un colibrí de amor entre los dientes.

Mil caballitos persas se dormían
en la plaza con luna de tu frente,
mientras que yo enlazaba cuatro noches
tu cintura, enemiga de la nieve.

Entre yeso y jazmines, tu mirada
era un pálido ramo de simientes.
Yo busqué, para darte, por mi pecho
las letras de marfil que dicen siempre,

siempre, siempre: jardín de mi agonía,
tu cuerpo fugitivo para siempre,
la sangre de tus venas en mi boca,
tu boca ya sin luz para mi muerte.

CASIDA DE LOS RAMOS

Por las arboledas del Tamarit
han venido los perros de plomo
a esperar que se caigan los ramos,
a esperar que se quiebren ellos solos.

El Tamarit tiene un manzano
con una manzana de sollozos.
Un ruiseñor apaga los suspiros,
y un faisán los ahuyenta por el polvo.

Pero los ramos son alegres,
los ramos son como nosotros.
No piensan en la lluvia y se han dormido,
como si fueran árboles, de pronto.

Sentados con el agua en las rodillas
dos valles esperaban al otoño.
La penumbra con paso de elefante
empujaba las ramas y los troncos.

Por las arboledas de Tamarit
hay muchos niños de velado rostro
a esperar que se caigan mis ramos,
a esperar que se quiebren ellos solos.

GACELA DEL RECUERDO DE AMOR

No te lleves tu recuerdo.
Déjalo solo en mi pecho,

temblor de blanco cerezo
en el martirio de enero.

Me separa de los muertos
un muro de malos sueños.

Doy pena de lirio fresco
para un corazón de yeso.

Toda la noche, en el huerto
mis ojos, como dos perros.

Toda la noche, comiendo
los membrillos de veneno.

Algunas veces el viento
es un tulipán de miedo,

es un tulipán enfermo
la madrugada de invierno.

Un muro de malos sueños
me separa de los muertos.

La hierba cubre en silencio
el valle gris de tu cuerpo.

Por el arco del encuentro
la cicuta está creciendo.

Pero deja tu recuerdo,
déjalo sólo en mi pecho.

CASIDA DE LA MUCHACHA DORADA

La muchacha dorada
se bañaba en el agua
y el agua se doraba.

Las algas y las ramas
en sombra la asombraban,
y el ruiseñor cantaba
por la muchacha blanca.

Vino la noche clara,
turbia de plata mala,
con peladas montañas
bajo la brisa parda.

La muchacha mojada
era blanca en el agua,
y el agua, llamarada.

Vino el alba sin mancha,
con mil caras de vaca,
yerta y amortajada
con heladas guirnaldas.

La muchacha de lágrimas
se bañaba entre llamas,
y el ruiseñor lloraba
con las alas quemadas.

La muchacha dorada
era una blanca garza
y el agua la doraba.

GACELA DE LA MUERTE OSCURA

Quiero dormir el sueño de las manzanas,
alejarme del tumulto de los cementerios.
Quiero dormir el sueño de aquel niño
que quería cortarse el corazón en alta mar.

No quiero que me repitan que los muertos no pierden la sangre;
que la boca podrida sigue pidiendo agua.
No quiero enterarme de los martirios que da la hierba,
ni de la luna con boca de serpiente
que trabaja antes del amanecer.

Quiero dormir un rato,
un rato, un minuto, un siglo;
pero que todos sepan que no he muerto;
que hay un establo de oro en mis labios;
que soy el pequeño amigo del viento Oeste;
que soy la sombra inmensa de mis lágrimas.

Cúbreme por la aurora con un velo,
porque me arrojará puñados de hormigas,
y moja con agua dura mis zapatos
para que resbale la pinza de su alacrán.

Porque quiero dormir el sueño de las manzanas
para aprender un llanto que me limpie de tierra;
porque quiero vivir con aquel niño oscuro
que quería cortarse el corazón en alta mar.

CASIDA DE LA MANO IMPOSIBLE

Yo no quiero más que una mano,
una mano herida, si es posible.
Yo no quiero más que una mano,
aunque pase mil noches sin lecho.

Sería un pálido lirio de cal,
sería una paloma amarrada a mi corazón,
sería el guardián que en la noche de mi tránsito
prohibiera en absoluto la entrada a la luna.

Yo no quiero más que esa mano
para los diarios aceites y la sábana blanca de mi agonía.
Yo no quiero más que esa mano
para tener un ala de mi muerte.

Lo demás todo pasa.
Rubor sin nombre ya. Astro perpetuo.
Lo demás es lo otro; viento triste,
mientras las hojas huyen en bandadas.

GACELA DE LA TERRIBLE PRESENCIA

Yo quiero que el agua se quede sin cauce.
Yo quiero que el viento se quede sin valles.

Quiero que la noche se quede sin ojos
y mi corazón sin la flor del oro.

Que los bueyes hablen con las grandes hojas
y que la lombriz se muera de sombra.

Que brillen los dientes de la calavera
y los amarillos inunden la seda.

Puedo ver el duelo de la noche herida
luchando enroscada con el mediodía.

Resisto un ocaso de verde veneno
y los arcos rotos donde sufre el tiempo.

Pero no me enseñes tu limpio desnudo
como un negro cactus abierto en los juncos.

Déjame en un ansia de oscuros planetas,
¡pero no me enseñes tu cintura fresca!

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4 de febrero de 2009

El más atroz de los desesperados: Arthur Rimbaud

EL BARCO EBRIO
LE BATEAU IVRE

Al tiempo que bajaba por Ríos impasibles,
Sentí que no me guiaban los hombres a la sirga:
Aullantes Pieles rojas, tomándolos por blanco,
Los clavaron desnudos en postes de colores.

Sin pena me tenían todos los tripulantes:
Portador de algodón inglés, trigo de Flandes...
Cuando acabó aquel ruido a la par que mis hombres,
Me dejaron los Ríos marchar adonde quise.

Entre los chapoteos de la mar encrespada,
Yo, el invierno pasado, más sordo que el cerebro
De los niños, ¡bogaba! Penislas a la vela
Nunca experimentaron barullos más triunfantes.

La tempestad bendijo mi despertar marino.
Más ligero que un corcho bailé sobre las olas
(Eternas trajineras de víctimas las llaman),
¡Sin añorar, diez noches, a las bobas farolas!

Más dulce que manzanas agrillas para un niño,
Traspasó el agua verde mi cascarón de abeto
Y me lavó las manchas de tintorros y vómitos,
Dispersando el timón y el áncora de brazos.

Y desde entonces bogo inmerso en el Poema
De la Mar, infundida de astros y lactescente,
Tragando verdes cielos por donde a veces baja,
Cuerpo arrobado y pálido, un muerto pensativo;

Donde, tiñendo súbitos azules, desvaríos
Y ritmos lentos bajo el rutilante día,
Más fuertes que el alcohol y más que nuestras liras,
¡Fermentan las rojuras amargas del amor!

Sé de cielos que rompen en rayos, y de trombas,
Resacas y corrientes; sé también del ocaso,
Del Alba entusiasmada cual tribu de palomas,
¡He visto varias veces lo que ver cree el hombre!

¡Vi al sol poniente, sucio de místicos horrores,
Iluminando vastos coágulos violetas,
Y, lejos, cual actrices de antiquísimos dramas,
Olas que iban rodando su temblor de postigos!

¡Soñé la verde noche de nieves deslumbradas,
Beso que asciende lento hasta los ojos mismos
Del mar, circulación de savias inauditas,
Y aviso azul y gualda de los cantantes fósforos!

¡He seguido por meses, como a piaras histéricas,
Embates de marea contra los arrecifes,
Sin pensar que los pies de luz de las Marías
Domar pudieran morros asmáticos de Océanos!

¡Créanme que he tocado increíbles Floridas,
Donde ojos de pantera con piel de hombre se mezclan
A flores! ¡Y arco iris bajo el confín marino,
Tensados como bridas para glaucos rebaños!

¡He visto fermentar vastas marismas, nasas
Donde entre las aulagas se pudre un Leviatán!
¡Avalanchas de aguas en medio de bonanzas,
Distancias que se abisman como las cataratas!

¡Soles de plata, heleros, alas de nácar, cielos
De brasa! ¡Horribles pecios engolfados en simas
Donde enormes serpientes, comidas por las chinches,
Caen con negro aroma desde torcidos árboles!

Quisiera haber mostrado a los niños doradas
De agua azul, esos peces de oro que salmodian.
—La espuma en flor meció mis salidas de rada
Y vientos inefables me alaron por instantes.

A veces, mártir harto de polos y de zonas,
La mar cuyo sollozo mi vaivén suavizaba,
Me subía sus flores de amarillas ventosas,
Brunas, y, cual mujer, de hinojos me quedaba...

Penisla que columpia en sus riberas guano
Y querellas de pájaros chillones de ojos rubios,
Yo navegaba, mientras por mis frágiles zunchos
¡Ahogados con sueño andaban para atrás!

Así, barco perdido entre pelo de ancones,
Lanzado por la tromba en el éter sin aves,
Yo, a quien acorazados o veleros del Hansa
No le hubieran salvado el casco ebrio de agua;

Libre, humeante, envuelto en brumazón violeta,
Yo, que horadaba el cielo rojizo como un muro
Que sostiene, jalea exquisita gustada
Por el poeta, líquenes de sol, muermos de azur;

Que corría empañado de lúnulas eléctricas,
Loca tabla escoltada por negros hipocampos,
Cuando julio derrumba, a grandes garrotazos,
Cielos ultramarinos en ardientes embudos;

Que temblaba al oír, gimiendo en lontananza,
Los Behemots en celo y los densos Maelstroms,
Hilandero perpetuo de quietudes azules,
¡La Europa de los viejos parapetos, yo añoro!

¡He visto siderales archipiélagos, islas
Cuyo cielo en delirio se abre al bogavante!
—¿Son noches abisales en que exiliado duermes,
Oh tú, Vigor futuro, millón de aves de oro?—

¡Cierto: mucho he llorado! El alba es dolorosa.
Toda luna es terrible, y todo sol, amargo.
El agrio amor me hinchó de embriagantes torpores:
¡Que mi quilla reviente! ¡Que me hunda en la mar!

Si algún agua de Europa deseo, ésa es la charca
Negra y fría en la que en tardes perfumadas
Un niño encuclillado, hondo en tristezas, suelta
Un barquito muy frágil, mariposa de mayo...

No puedo, marejada, inmerso en tu apatía,
Escoltar ya el aguaje del barco algodonero,
Ni traspasar orgullos de banderas y grímpolas,
Ni nadar a la vista atroz de los pontones.
Versión de José Luis Rivas y Frédéric-Yves Jeannet

CABEZA DE FAUNO
TÊTE DE FAUNE

Joyel verde con manchas de oro en la enramada,
En la enramada incierta y florecida
De esas flores espléndidas donde duerme ya el beso,
Vivaz y desgarrando el exquisito bordado,

Un fauno despavorido asoma sus dos ojos
Mordiendo flores rojas con sus blancos colmillos.
Morena, ensangrentada como un vino añejo,
Debajo de las ramas su boca estalla en risas.

Y cuando se ha escapado —lo mismo que una ardilla—
Su risa queda temblando en cada hoja
Y así se ve asustado por un pardillo
Beso de oro del Bosque, que ya se ensimisma
Versión de José Luis Rivas y Frédéric-Yves Jeannet

VOCALES
VOYELLES

A negro, E blanco, I rojo, U verde, O azul: vocales,
Algún día diré su oculto nacimiento:
Negro corsé velludo, la A, de moscas brillantes
Zumbando alrededor de crueles pestilencias,

Golfo umbrío; la E, candor de vapor y tiendas,
Nobles lanzas de helero, reyes blancos, temblor de umbelas;

La I, púrpuras, sangre expectorada y risas
De labio hermoso en ira o embriaguez contrita;

La U, ciclos, divino vibrar de mares verdes,
Paz de los pastos sembrados de reses, paz de arrugas
Impresas por la alquimia en frentes estudiosas;

La O, Clarín Supremo de estridores extraños,
Silencios travesados por Ángeles y Mundos
—¡O la Omega, violeta el rayo de Sus Ojos!
Versión de José Luis Rivas y Frédéric-Yves Jeannet

FIESTAS DE LA PACIENCIA
FÊTES DE LA PATIENCE

ESTANDARTES DE MAYO
BANNIÈRES DE MAI

En las ramas radiantes de los tilos
Muere enfermiza tocata de caza.
Canciones religiosas, sin embargo,
Mariposean entre las grosellas.
Que en nuestras venas la sangre se ría,
Vean cómo se enredan los viñedos.
Hermoso como un ángel es el cielo.
Comulga el azur y la ola.
Salgo. Si un rayo me hiere
Sucumbiré sobre la espuma.

Ser paciente y aburrirse
Es muy sencillo. ¡Fuera penas!
Quiero que el trágico verano
Me ate a su carro de fortuna.
Que por ti, Naturaleza,
—¡Ah, menos solo y menos nulo!— yo muera.
Mientras los Pastores, ¡tiene gracia!,
Mueren casi en todas partes.

Que las estaciones me desgasten.
A ti, Naturaleza, yo me rindo;
Con mi hambre y toda mi sed.
Por favor, nútreme, abrévame.
Ya nada de nada me ilusiona;
Reírse del sol es reírse de nuestros padres,
Y yo no quiero reírme ya de nada,
Que quede, al fin, libre este infortunio.
Versión de José Luis Rivas y Frédéric-Yves Jeannet
LA ETERNIDAD
L’ETERNITÉ

Ha sido encontrada.
¿Qué? —La eternidad.
Es la mar enlazada
Al sol.

Alma centinela,
La confesión murmuremos
De noche tan nula
Y del día en fuego.

De humanos sufragios,
De comunes impulsos,
Allá te desprendes
Y vuelas según.

Sólo de ustedes,
Brasas de satén,
Se exhala el Deber
Que no dice: al fin.

Allá no hay esperanza,
Ningún orietur.
Ciencia con paciencia,
Suplicio seguro.

Ha sido encontrada.
¿Qué? —La eternidad.
Es la mar enlazada
Al sol.
Versión de José Luis Rivas y Frédéric-Yves Jeannet

MAÑANA DE EMBRIAGUEZ
MATINÉE D’IVRESSE

¡Oh Bien mío! —¡Oh Belleza mía! —¡Tocata atroz en la que no tropiezo! —¡Caballete mágico! —¡Hurra por la obra nunca oída y el cuerpo maravilloso, hurra por la primera vez! Aquello empezó con las risas de los niños y terminará con ellas. Este veneno perdurará en todas nuestras venas, aun cuando, al transformarse la tocata, seamos devueltos a la antigua inarmonía. ¡Oh! Ahora nos, tan dignos de tales torturas, recojamos fervientemente esta promesa sobrehumana hecha a nuestro cuerpo y a nuestra alma creados: ¡esta promesa, esta demencia! ¡La elegancia, la ciencia, la violencia! Se nos prometió sepultar en la sombra el árbol del bien y del mal, desterrar las tiránicas honestidades, con el fin de que traigamos con nosotros nuestro muy puro amor. Aquello empezó con algunas repugnancias y termina al no poder asirnos en el acto de esta eternidad, —con una desbandada de perfumes.
Risa de los niños, discreción de los esclavos, austeridad de las vírgenes, horror a las figuras y a los objetos de aquí, —¡que los consagre el recuerdo de esta vigilia! Aquello empezó con lo más rústico y viene a parar con ángeles de llama y de hielo.
Pequeña vigilia de embriaguez, —santa!, aunque sólo sea por la máscara con que nos recompensaste. —¡Nosotros te confirmamos, método! No olvidamos que antaño glorificaste cada una de nuestras edades. Tenemos fe en el veneno. Sabemos dar cada día nuestra vida toda.
Ve aquí el tiempo de los Asesinos.
Versión de José Luis Rivas y Frédéric-Yves Jeannet

MARINA
MARINE

Los carros de plata y de cobre—
Los proas de acero y de plata—
Hienden la espuma,—
Agitan las cepas de las zarzas.
Las corrientes del arenal,
Y los surcos inmensos del reflujo
Tuercen circularmente hacia el este,
Hacia los pilares del bosque,—
Hacia las picas de la escollera,
Cuyo recodo baten torbellinos de luz.
Versión de José Luis Rivas y Frédéric-Yves Jeannet

METROPOLITANO
MÉTROPOLITAIN

Del estrecho de índigo a los mares de Osián, sobre la arena rosa y naranja que lavó el cielo avinado, acaban de subir y de cruzarse bulevares de cristal habitados al punto por jóvenes familias pobres que se alimentan en las fruterías. Ninguna señal de riqueza. —¡La ciudad!
Del desierto de asfalto huyen en franca desbandada, junto con los estratos de brumas escalonados en bandas pavorosas hacia el cielo que se encorva, retrocede y desciende, compuesto por la más siniestra humareda negra que pueda producir el Océano enlutado, los cascos, las ruedas, las barcas, las grupas. —¡La batalla!
Levanta la cabeza: este puente de madera, arqueado; los últimos huertos de Samaria; esas máscaras coloreadas bajo el farol azotado por la noche fría; la ondina boba de ruidoso vestido, al pie del río; esos cráneos luminosos en las planicies de guisantes —y las restantes fantasmagorías, —el campo.
Caminos bordeados de rejas y muros, que apenas pueden contener sus bosquecillos, y las flores atroces que podrían llamarse corazones y hermanas, Damasco exasperante de languidez, —posesiones de maravillosas aristocracias ultrarrenanas, japonesas, guaraníes, aptas además para acoger la música de los antiguos —y hay albergues que ya no abrirán nunca; —hay princesas, y, si no estás demasiado abrumado, el estudio de los astros —El cielo.
Esa mañana en que, con Ella, luchaste entre los golpes de luz de la nieve, los labios verdes, los hielos, las banderas negras y los rayos azules, y los perfumes purpúreos del sol de los polos —tu fuerza.
Versión de José Luis Rivas y Frédéric-Yves Jeannet

[“HACE TIEMPO...]
[“JADIS...]

“Ayer, si no me engaño, mi vida era un festín en que todos los corazones se abrían, en que todos los vinos corrían.
Una noche senté a la Belleza en mis rodillas. —Y la encontré amarga.— Y la insulté.
Me armé contra la justicia.
Huí. ¡Oh hechiceras, oh miseria, oh odio, a ustedes ha sido confiado mi tesoro!
Logré disipar en mi espíritu toda la esperanza humana. Sobre toda alegría, para estrangularla, he dado el salto sordo de la fiera.
Llamé a los verdugos para morder, mientras perecía, las culatas de los fusiles. Llamé a las plagas, para ahogarme con la arena, con la sangre. La desgracia ha sido mi dios. Me he tendido en el lodo. Me sequé al aire del crimen. Y le he hecho pesadas bromas a la locura.
Y la primavera me trajo la horrible risa del idiota.
Así es que, últimamente, habiéndome encontrado a punto de soltar el último ¡cuac!, pensé en buscar la llave del antiguo festín, en que tal vez recobraría el apetito.
La caridad es esa llave. —¡Esta inspiración prueba que he soñado!
“Seguirás siendo hiena, etc...”, clama el demonio que me coronó con tan agradables adormideras. “Gana la muerte con todos tus apetitos, y tu egoísmo, y todos los pecados capitales.”
¡Ah! Ya estoy harto de esto: —Pero, querido Satanás, ¡una pupila menos irritada, se lo suplico! Y en espera de las pequeñas bajezas retrasadas, para usted que ama en el escritor la ausencia de facultades descriptivas o instructivas, desprendo estas repugnantes hojas de mi carnet de condenado.
Versión de José Luis Rivas y Frédéric-Yves Jeannet

DELIRIOS II (FRAGMENTOS)
DÉLIRES II

CANCIÓN DE LA TORRE MÁS ALTA
CHANSON DE LA PLUS HAUTE TOUR

Que venga, que venga,
El tiempo en que se prenda.

Tuve tal paciencia
Que olvido para siempre.
Temores y sufrimientos
Al cielo han partido.
Y la sed enfermiza
Oscurece mis venas.

Que venga, que venga,
El tiempo en que se prenda.

Tal como la pradera
Al olvido entregada,
Crecida, florida
De incienso y cizaña,
Con zumbido salvaje
De cien moscas sucias.

Que venga, que venga,
El tiempo en que se prenda.
Versión de Michel Butor

¡Ha sido encontrada!
¿Qué? la eternidad.
Es la mar enlazada
Al sol.

Alma mía eterna,
Cumple tu voto.
Pese a la noche sola
Y al día en fuego.

Pues te desligas
De humanos sufragios,
¡De comunes impulsos!
Tú vuelas según...

—Nunca la esperanza,
Ningún orietur.
Ciencia y paciencia,
Suplicio seguro.

No más mañana,
Brasas de satén,
Su ardor
Es el deber.

¡Ha sido encontrada!
—¿Qué?— La Eternidad.
Es la mar enlazada
Al sol.
Versión de José Luis Rivas y Frédéric-Yves Jeannet

ADIÓS
ADIEU

¡El otoño ya! —Pero, ¿por qué añorar un eterno sol, si estamos empeñados en la búsqueda de la claridad divina— lejos de las gentes que mueren al cambiar las estaciones?
El otoño. Nuestra barca, elevada entre las brumas inmóviles, vira con rumbo al puerto de la miseria, la inmensa ciudad en el cielo manchado de fuego y lodo. ¡Ah! ¡Los andrajos podridos, el pan empapado de lluvia, la embriaguez, los mil amores que me han crucificado! Nunca acabará pues esta vampira reina de millones de almas y de cuerpos muertos ¡y que serán juzgados! Vuelvo a verme con la piel recomida por el lodo y la peste, llenos de gusanos los cabellos y las axilas, y con gusanos más gordos aún en el corazón; tendido entre los desconocidos sin edad, sin sentimientos... Habría podido morir ahí... ¡Espantosa evocación! Abomino de la miseria.
¡Y temo el invierno porque es la estación del bienestar!
—A veces veo en el cielo playas que no tienen fin, cubiertas de blancas naciones jubilosas. Una gran nave de oro, más alta que yo, tremola sus pabellones multicolores bajo las brisas de la mañana. He creado todas las fiestas, todos los triunfos, todos los dramas. He tratado de inventar nuevas flores, nuevos astros, nuevas carnes, nuevas lenguas. Creí haber adquirido poderes sobrenaturales. Pues bien, ¡tengo que enterrar mi imaginación y mis recuerdos! ¡Una hermosa gloria de artista y de narrador arrebatada!
¡Yo! ¡Yo, que me he llamado mago o ángel, exento de toda moral, he sido devuelto a la tierra, con un deber que buscar, y la realidad rugosa por abrazar! ¡Labriego!
¿Estoy en un engaño? ¿La caridad sería hermana de la muerte, para mí?
En fin, pediré perdón por haberme alimentado de mentira. Y adelante.
¡Pero ni una mano amiga! ¿Y dónde conseguir ayuda?

• • •

Sí, la hora nueva es, al menos, muy estricta.
Porque puedo decir que la victoria es toda mía: los rechinos de dientes, los silbidos del fuego, los suspiros pestilentes, van moderándose. Todos los recuerdos inmundos se disipan. Mis últimos lamentos ya se largan, —celos por los mendigos, los bandoleros, los amigos de la muerte, por los atrasados de toda clase, —¡Condenados, si yo me vengara!
Hay que ser absolutamente moderno.
Nada de cánticos: no perder el terreno conquistado. ¡Dura noche! ¡La sangre seca vahea en mi cara, y nada tengo detrás sino ese espantoso arbusto!... El combate espiritual es tan brutal como la batalla de los hombres; pero la visión de la justicia es un placer reservado a Dios y a nadie más.
No obstante, es la víspera. Recibamos todos los influjos de fortaleza y de genuina ternura. Y, al alba, armados de una ardiente paciencia, entraremos en las ciudades espléndidas.
¡Qué decía yo de una mano amiga! Es una enorme victoria que pueda reírme de los viejos amores mentirosos y llenar de vergüenza a esas parejas embusteras, —he visto allí el infierno de las mujeres; —y me será permitido poseer la verdad en un alma y un cuerpo.
Versión de José Luis Rivas y Frédéric-Yves Jeannet

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3 de febrero de 2009

Con ojos de vida: Cesare Pavese

CREACIÓN

Estoy vivo y sorprendí las estrellas en el alba.
La compañera sigue durmiendo y no lo sabe.
Todos los compañeros duermen. El día claro
me es más límpido que los rostros sumergidos.

A lo lejos pasa un anciano: se va al trabajo
o a disfrutar la mañana. No somos distintos,
ambos respiramos el mismo resplandor
y fumamos tranquilos para engañar el hambre.
También el cuerpo del viejo debe de ser puro
y vibrante tendría que estar desnudo frente a la mañana.

Esta mañana la vida nos descubre en el agua
siempre joven, los cuerpos de todos estarán al descubierto.
Habrá un gran sol y la aspereza del camino
y el rudo cansancio abatiendo bajo el sol
y la inmovilidad. Estará la compañera
un secreto de cuerpos. Cada uno entregará su voz.

No hay voz que quiebre el silencio del agua
bajo el alba. Ni nada que vibre
bajo el cielo. Sólo una tibieza que derrite las estrellas.
Uno tiembla al oír la mañana estremeciéndose
toda virgen, como si ninguno de nosotros estuviera despierto.
Versión de Renato Sandoval

PASARÉ POR LA PLAZA ESPAÑA
PASSERÒ PER PIAZZA SPAGNA

Habrá un cielo claro.
Se abrirán las calles
sobre la colina de pinos y de piedras.
El tumulto de las calles
no cambiará aquel aire inmóvil.
Las flores rociadas
de colores en la fuente
atisbarán como mujeres
divertidas. Las escaleras,
las terrazas, las golondrinas
cantarán bajo el sol.

Se abrirá aquella calle,
las piedras cantarán,
el corazón latirá estremeciéndose
como el agua en las fuentes —
será esta la voz
que subirá tus escaleras.

Las ventanas sabrán
el olor de la piedra y del aire
matinal. Se abrirá una puerta.
El tumulto de las calles
será el tumulto del corazón
en la luz perdida.

Estarás tú — inmóvil y clara.
Versión de Hugo Ramírez Gamarra

VENDRÁ LA MUERTE Y TENDRÁ TUS OJOS
VERRÀ LA MORTE E AVRÀ I TUOI OCCHI

Vendrá la muerte y tendrá tus ojos
-esta muerte que nos acompaña
de la mañana a la noche, insomne,
sorda, como un viejo remordimiento
o un vicio absurdo-. Tus ojos
serán una vana palabra,
un grito acallado, un silencio.
Así los ves cada mañana
cuando sola sobre ti misma te inclinas
en el espejo. Oh querida esperanza,
también ese día sabremos nosotros
que eres la vida y eres la nada.
Para todos tiene la muerte una mirada.
Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.
Será como abandonar un vicio,
como contemplar en el espejo
el resurgir de un rostro muerto,
como escuchar unos labios cerrados.
Descenderemos en el remolino mudos.
Versión de Carles José i Solsora

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31 de enero de 2007

De la mente: Wallace Stevens

EL EMPERADOR DE LOS HELADOS
THE EMPEROR OF ICE-CREAM

Llama al arrollador de cigarrones,
aquel robusto, y dile que revuelva
en ollas de cocina concupiscentes grumos.
Gasten flema las chicas vistiendo como suelen,
y tráiganles aquellos jóvenes
flores arrebujadas en periódicos viejos.
En ser el parecer acabe transformado.
Único emperador es el emperador de los helados.

Del ropero de pino, al que le faltan ya
tres de sus diáfanas perillas, toma
la sábana en la cual una vez bordó ella
colas de pavorreal, y tiéndela de modo
que tape bien su cara. Si quedan descubiertos
los pies callosos, mostrarán así
cuán fría y silenciosa yace.
Que la lámpara fije los rayos fulgurados.
Único emperador es el emperador de los helados.
Versión de Jaime García Terrés

EL HOMBRE DE NIEVE
THE SNOW MAN

Se debe poseer un espíritu de invierno
para observar la escarcha y las ramas
de los pinos encostrados de nieve;

y haber tenido frío durante largo tiempo
para contemplar los enebros erizados de hielo,
los rudos abetos en el distante resplandor

del sol de enero; y no pensar
en ningún dolor en el sonido del viento,
en el rumor de unas pocas hojas,

que es la voz de la tierra
llena del mismo viento
que sopla en el mismo desnudo paraje

para el que escucha, el que escucha en la nieve,
y, nada en sí mismo, contempla
esa nada que no está allí y la nada que está.
Versión de Alberto Girri

DE POESÍA MODERNA
OF MODERN POETRY

El poema de la mente en el acto de hallar
Lo que habrá de bastarle. No siempre hubo de hallar:

La escena era precisa: repetía
Lo que había en el guión.
Entonces el teatro
Cambiaba en algo más. Y su pasado era un recuerdo.

Ha de vivir. Saber el habla del lugar.
Ha de encarar a los hombres del tiempo,
Hallar a las mujeres del tiempo; pensar acerca de la guerra
Y hallar lo que habrá de bastarle. He de
Edificar un escenario nuevo, estar sobre el escenario
Y, tal actor insaciable, lentamente y con
Meditación decir palabras que en el oído
En el más delicado oído de la mente, repitan
Exactamente lo que quiere oír, en cuyo
Sonido, un invisible auditorio escucha
No la pieza, sino a sí mismo, expresada en una
Emoción como de dos personas, como de
Dos emociones convirtiéndose en una. El actor es
Un autor metafísico en lo oscuro, tañendo
Un instrumento, tañendo tensas cuerdas que producen
Sonidos que atraviesan súbita equidad, que contienen
En su totalidad la mente, debajo de la cual no puede
Descender, fuera de la que no habrá de subir. Debe
Ser el encuentro de una satisfacción, y
Quizá de un hombre patinando, una mujer que baila, una
Mujer peinándose. El poema del acto de la mente.
Versión de Andrés Sánchez Robayna

ESTHÉTIQUE DU MAL

FRAGMENTO
I

Estaba en Nápoles y escribía a su gente.
Entre una carta y otra leía párrafos
sobre lo sublime. El Vesubio había gruñido
un mes. Era agradable estar ahí sentado:
cálidos fulgores trazaban ángulos de llamas
sobre los cristales. Por ser un ruido antiguo
podía describir el terror de ese ruido.
Recordó las frases: pena audible al mediodía,
pena que a sí misma se apena, pena
que mata penas en el ápice de la pena.
El volcán trepidaba en otro éter
como al fin de la vida el cuerpo tiembla.

Casi la hora del almuerzo. La pena es humana.
Rosas en el fresco café. En su libro
estaba escrita la perfecta catástrofe.
Si no fuese por nosotros, el Vesubio, sin pena,
con fuego sólido consumiría estas tierras extremas.
No sabe que los gallos cantan al morir.
Ante esta faz de lo sublime, huimos.
Y sin embargo, si no fuese por nosotros
nada sentiría el pasado entero al ser destruido.
Versión de Octavio Paz

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30 de enero de 2007

Haiku

El sol labriego
transfigura las cosas,
y yo estoy ciego...

José Dolores Frías

Cuando un hombre entra en una mujer

CUANDO UN HOMBRE ENTRA EN UNA MUJER
WHEN A MAN ENTERS A WOMAN

Cuando un hombre entra
en una mujer,
como el oleaje que muerde la orilla,
una y otra vez,
y la mujer abre la boca de placer
y sus dientes brillan
como el alfabeto,
Logos aparece ordeñando una estrella,
y el hombre
dentro de la mujer
hace un nudo,
para que nunca más estén separados
y la mujer
sube a una flor
y Logos aparece
y desata los ríos.

Este hombre,
esta mujer
con su doble hambre,
han procurado penetrar
la cortina de Dios,
lo cual brevemente
han logrado
aunque Dios
en su perversidad
deshace el nudo.

Anne Sexton

Versión de Beth Miller

Noche invernal de un anciano

NOCHE INVERNAL DE UN ANCIANO
AN OLD MAN'S WINTER NIGHT

Más allá de las puertas, a través de la helada
que cubre la ventana formando unas estrellas
dispersas, en la sombra, el mundo esta mirando
su cara: está vacía la habitación. Y duerme.
La lámpara inclinada muy cerca de su rostro
le impide ver el mundo. Ya no recuerda nada.
Y la vejez le impide recordar en qué tiempo
llegó hasta estos lugares, y por qué está aquí solo.
Rodeado de toneles se encuentra aquí perdido.
Sus pasos temblorosos hacen temblar el sótano:
lo asusta con sus pasos temblorosos: y asusta
otra vez a la noche (la noche de sonidos
familiares ). Los árboles aúllan allá afuera;
todas las ramas crujen. Una luz hay tan sólo
para su rostro, quieta, una luz en la noche.
A la Luna confía —en esa Luna rota
que por ahora vale más que el sol— el cuidado
de velar por la nieve que yace sobre el techo,
de velar los carámbanos que cuelgan desde el muro.
Sigue durmiendo. Un leño se derrumba en la estufa.
Despierta con el ruido. Sobresaltado cambia
de lugar. Es la noche. Respira suavemente.
No puede un viejo solo llenar toda una casa,
un rincón de los campos, una granja. No puede.
Así un anciano guarda la casa solitaria,
en la noche de invierno. Y está solo. Está solo.

Robert Frost

Versión de Miguel Arteche

29 de enero de 2007

Haiku

el gorjear
crece y después declina
hasta el silencio

Takahama Kyoshi

Versión de José María Bermejo

De Jenaro Talens

TERRITORIOS DE UN CUERPO

FRAGMENTOS

II

Déjame ser el huésped de tu boca,
la lentitud con que el calor recorre tu desnudo.
Soy como el frío de una noche desierta,
pronto a buscar cobijo en los derrumbaderos
donde hace nido la melancolía.
Hay tanto resplandor, la luna es tanta
que me deslumbras con la calidez
de tu silencio, y me sumerjo en ti.
Nunca pensé una eternidad tan cerca.

V

Apaga las estrellas,
desconecta el sol.
Quiero adentrarme a tientas
por los acantilados de tu piel,
reconstruir sobre tu boca
las letras, una a una,
con que dar nombre al fuego,
a la locura de saber que he visto
el cielo tan de cerca, o no, tan mío
que mi país se llama medianoche.
¿Quién eres? ¿Dónde estás? Qué importa,
si te elegí entre todas las estrellas.

VII

Detrás de mi silencio oíste «no»,
cuando quise decirte que no hay olas sin
la polilla del tiempo, su escozor,
o el duermevela de un escalofrío.
De mi antigua ambición no queda nada,
quizá no más de un torpe balbuceo
quemado en el rescoldo de tu boca.
Déjame a solas con la muerte.
Para impregnarme de tu luz
fue necesaria la tiniebla.
Luego, al quebrar el alba,
con un desasosiego
que tiende a confundirse con la oscuridad
busco tus ojos en los míos
para que me confirmen que viví. ¿Me entiendes?
También yo, como el sol, me pondré un día.
Escribiré un poema sin mujer, sin nada,
y al leer las palabras que dan forma a mi rostro
tal vez no adviertas que no estoy. Abrázame.
Pido la vez para apagar el sol.

Jenaro Talens

Que no hay amor feliz

QUE NO HAY AMOR FELIZ
IL N'Y A PAS D'AMOUR HEUREUX

Nada tiene seguro
El hombre ni flaqueza
Ni fuerza ni corazón
Si cree abrir los brazos
Una cruz es su sombra
Cuando quiere ceñir
Su vida la destruye
Es su vida un extraño
Doloroso divorcio
Que no hay amor feliz

Se parece su vida
A soldados sin armas
Que se hubiera vestido
Para muy otro fin
De qué puede servirles
Alzarse de mañana
Para hallarse a la tarde
Desarmados sin fe
Repetid «vida mía»
Y contened el llanto
Que no hay amor feliz

Amor mi bello amor
Desgarradura mía
Yo te llevo en mi ser
Como pájaro herido
Y aquéllos sin saber
Miran cómo pasamos
Diciendo tras de mí
Palabras que he trenzado
Y por tus grandes ojos
Murieron sin vivir
Que no hay amor feliz

De aprender a vivir
No hay tiempo es tarde
Lloremos en la noche
Nuestro llanto al unísono
Con cuántas pesadumbres
Pagamos un temblor
Y con cuántos dolores
La mínima canción
Por un son de guitarra
Cuánto hay que gemir
Que no hay amor feliz

Que no hay nunca amor
Que no sea un dolor
Que no hay nunca amor
Que no nos llegue a herir
Que no hay nunca amor
Que no pueda humillar
Ni el amor a la patria
Más que el amor a ti
Que no hay nunca amor
Que no haga llorar

Que no hay amor feliz
Nuestro amor es así

Louis Aragon

Versión de José Ángel Valente

26 de agosto de 2006

En celebración

EN CELEBRACIÓN
IN CELEBRATION

Estás sentado en una silla, nada te toca, sientes
cómo se vuelve el viejo ser un ser más viejo, imaginas
sólo la paciencia del agua, el fastidio de la piedra.
Piensas que el silencio es la página de más,
piensas que nada es bueno, ni malo, ni siquiera
la sombra que invade la casa mientras tú miras, sentado,
cómo la invade. Otras veces la has visto. Tus amigos
pasan tras la ventana, en sus rostros la marca de la pena.
Quisieras saludarlos pero no puedes ni alzar la mano.
Estás sentado en una silla. Te vuelves hacia la yerbamora
que extiende sobre la casa su red ponzoñosa.
Pruebas la miel de la ausencia. Es lo mismo.
Dondequiera que estés, es lo mismo que se pudra
la voz antes que el cuerpo o que se pudra el cuerpo
antes que la voz. Sabes que el deseo lleva a la pena,
la pena a la consumación, la consumación
al vacío. Sabes que esto es diferente, esto
es la celebración, la única celebración,
sabes que si te das entero a la nada
habrás sanado. Sabes que hay alegría en sentir
cómo tus pulmones preparan su futuro de ceniza,
y así esperas, miras y esperas: el polvo se establece.
Rondan la sombra las horas milagrosas de la infancia.

Mark Strand

Versión de Octavio Paz

25 de agosto de 2006

Anadiómene

ANADIÓMENE

Heme aquí.
Amanece una rosa de bienaventurada luz,
y en ella voy surgiendo con las manos tendidas;
al azul de los cielos me invita la bonanza.
Súbitamente
los terrenales vientos irrumpen en mis pechos
y me sacuden toda.
¡Oh Zeus, qué profundo es el mar,
y mis cabellos desceñidos
me pesan cual si fueran piedras!
¡Brisas, volad! ¡Oh Kimothoe, Glauca,
sostened mi torso!
Yo no soñe brotar
así, de un aliento subyugada
en los brazos del sol.

Angelós Sikelianós

Versión de Jaime García Terrés

Haiku

Sopla la nevisca
atravesando el fondo
de la tristeza

Naito Jôsô

Versión de Vicente Haya

Himnos a la noche

HIMNOS A LA NOCHE
HYMNEN AN DIE NACHT

FRAGMENTOS

1

¿Qué ser vivo, dotado de sentidos, no ama por encima de todas las maravillas del espacio circundante, a la luz jubilosa – con sus colores, sus rayos y sus ondas, dulce omnipresencia al despuntar el alba? Como alma íntima y vital la respira el mundo gigantesco de los astros que flotan, en incesante danza, por su fluido azul – la respira la piedra, centelleante y en eterno reposo, la respira la planta, meditativa, que sorbe la savia de la tierra, y el salvaje animal, ardiente y multiforme – pero antes que todos ellos, la respira el egregio extranjero, de ojos pensativos y labios suavemente cerrados y llenos de sonidos. Como un rey de la naturaleza terrestre, la luz convoca todas las fuerzas a cambios innúmeros, crea y destruye infinitas ataduras, envuelve a todos los seres de la tierra en su aureola celestial – con su sola presencia revela el esplendor de los reinos de este mundo.

Dejándola atrás me dirijo hacia la sagrada, inefable y misteriosa noche. Lejos yace el mundo – sumido en honda cripta – desierto y solitario es el lugar. Una profunda melancolía vibra por las cuerdas del pecho. Quiero descender en gotas de rocío y mezclarme con la ceniza. –Lejanías del recuerdo, deseos de juventud, sueños de la infancia, breves alegrías y vanas esperanzas de una larga vida acuden cubiertas de grises ropajes, como niebla del ocaso a la puesta del sol. En otros espacios ha levantado la luz sus alegres tiendas. ¿No regresará al lado de sus hijos que esperan su retorno con la fe de la inocencia?

¿Qué es lo que de forma repentina surge del fondo del corazón y sorbe el aire suave de la melancolía? ¿Te complaces también en nosotros, noche oscura? ¿Qué es lo que ocultas bajo tu manto, que con fuerza invisible me penetra el alma? Un preciado bálsamo destila de tu mano, como si fuera un atado de amapolas. Tú haces que se levanten las pesadas alas del desánimo. Una oscura e inefable emoción nos invade – alegre y asustado, veo ante mí un rostro grave, un rostro que dulce y reverente se inclina hacia mí, y entre la interminable maraña de sus rizos, aparece la amorosa juventud de la madre. ¡Qué pobre y pueril aparece ahora la luz! – ¡Qué alegre y bendita la despedida del día! Sólo porque la noche aleja de tí a tus servidores, sembraste en las inmensidades del espacio las esferas luminosas que pregonan tu omnipotencia – tu retorno – mientras dure tu alejamiento. Más celestiales que aquellas brillantes estrellas nos parecen los ojos infinitos que la noche abrió en nosotros. Más lejos ven ellos que los pálidos ojos de aquellas incontables legiones – sin necesitar la luz, sus ojos atraviesan la profundidad del alma enamorada – llenando de indecible deleite un espacio más alto. Gloria a la reina del mundo, la gran mensajera de universos sagrados, la protectora del amor dichoso – ella te envía hasta mí – mi tierna amada – adorado sol de la noche – ahora permanezco despierto – porque soy tuyo y soy mío a la vez – tú me has anunciado que la noche es vida: tú me has hecho hombre – mi cuerpo se consume en ardor espiritual, y convertido en aire, que a ti me una y que íntimamente me disuelva, y eterna será nuestra noche de bodas.

3

Antaño, cuando derramaba amargas lágrimas, cuando disuelta en dolor mi esperanza se desvanecía, estando en la estéril colina que en estrecho y oscuro lugar albergaba la imagen de mi vida – solo, como jamás estuvo nunca un solitario, hostigado vivía por un miedo indecible – sin apenas fuerzas, sólo un reflejo de la miseria. – Cuando buscaba auxilio a mi alrededor – avanzar no podía, retroceder tampoco – y un anhelo infinito me aferraba a la vida fugaz, apagada – entonces, desde la distancia azul – desde la altura de mi antigua dicha descendió un estertor de desfallecimiento – y de repente se rompió el vínculo del nacimiento – las ataduras de la luz. Se desvaneció la gloria terrenal y con ella mi tristeza – la melancolía se fundió en un mundo insondable y nuevo – y tú, entusiasmo de la noche, sueño del cielo, viniste sobre mí – el entorno se fue levantando lentamente; sobre el paisaje, suspendido flotaba mi espíritu, libre, vuelto a nacer. La colina se convirtió en una nube de polvo – a través de la nube vi los rasgos transfigurados de la amada. En sus ojos descansaba la eternidad – cogí sus manos, y las lágrimas se convirtieron en vínculo centelleante, inquebrantable. Pasaron milenios huyendo hacia la lejanía, como tempestades. Abrazado a su cuello lloré lágrimas extasiadas por la nueva vida. – Fue el primero, el único sueño – y desde entonces sólo vivo una fe eterna e inalterable en el cielo de la noche y en su luz, la amada.

Novalis

Versión de Rodolfo Häsler